Artículo de Gisela Perez de Acha | 20 de octubre de 2017 | Texto e imágenes publicadas originalmente en Horizontal

Hace un mes del sismo. Hace un mes se movió la tierra, y con ella todas nuestras estructuras. Ese 19 de septiembre fui parte de una respuesta inédita ante la catástrofe. #Verificado19s llegó a mi vida a moverlo todo.

Nos organizamos para crear un proceso inédito de periodismo social. Fuimos una de las fuentes de información más confiables en el caos de las redes sociales. Y además, lo logramos en menos de diez días, en plena emergencia y con gente «inexperta». Nuestra organización llenó un vacío gubernamental y mediático en México: el vacío de la legitimidad.

En tiempos de catástrofe, demasiada información es tan paralizante como no saber nada. Minutos después del terremoto, los mensajes, posts, tuits, audios y videos eran abrumadores. La colonia Roma estaba cubierta de polvo y vidrios rotos. Ese día perdimos esquinas de nuestra ciudad. Todo el mundo quería ayudar, pero nadie sabía a dónde ir. Los centros de acopio más concurridos se desbordaban. Mientras tanto, en los estados y las zonas rurales no tenían nada.

Un día después del sismo, varios amigos y colegas nos juntamos en Centro Horizontal, a dos cuadras del derrumbe de Álvaro Obregón 286. A pesar de la marea de posts en internet, nos sentíamos desinformados. «Tiene que haber una forma de conectar internet con la calle», dijo Antonio Marvel ese día. Por un lado, las noticias falsas sembraban paranoia y confusión. Y por otro, necesitábamos información en tiempo real: cada segundo cuenta cuando hay vida debajo de los escombros. La ayuda tenía que ser más eficiente.

Primero, los #fakenews (con hashtag porque si no, no tiene chiste). Y no me refiero a la “propaganda-rusa-creada-por-chavitos-de-Macedonia-durante-las-elecciones-en-Estados-Unidos”. Tampoco a Frida Sofía: la niña imaginaria, símbolo de falsas esperanzas. Fue información orgánica en un momento de paranoia y caos. Rumores, como las cadenas que difunden «las tías» por Facebook (sin ofender). Y mensajes deliberadamente falsos, compartidos con malicia sobre todo vía Whats App: imposibles de rastrear.

Segundo, los recursos y las buenas voluntades que se desperdiciaron. El funcionamiento de las redes sociales –y sus algoritmos– no fueron lo óptimo. Si alguien pedía ayuda urgente en Xochimilco, veinticuatro horas después Facebook seguía mostrándolo hasta arriba de los TL como información más relevante. Nadie lo veía a tiempo. La gente se enteraba que algo «urgía» y salían en hordas descoordinadas a congestionar el tráfico y entorpecer las labores de rescate. Cuando la ayuda llegaba, ya no era necesaria. En la emergencia, cuando necesitábamos información en tiempo real, Facebook fue una red social inservible.

Nuestro equipo de trabajo se dividió en dos grandes alas: programadores, por un lado, y verificadores de información por otro.

El mismo 19 de septiembre, Sergio Beltrán creó un mapa virtual que reflejó los derrumbes, daños a edificios, así como albergues y centros de acopio. Después los programadores y hackers de Cultura Colectiva y OPI lo perfeccionaron e hicieron colaborativo. Se llama crowdsourcing: dejar que el público lo haga. Usando un formulario de Google, cualquiera podía levantar reportes sobre la ciudad. Compilamos distintas bases de datos oficiales y no oficiales: desde el C5, la Estrategia Digital Nacional, Waze, hasta Harvard y MIT. Fue uno de los mapas más completos en los días de caos. Incluso la NASA lo tomó como referente. Al día de hoy, un mes después del temblor, tiene casi siete millones de visitas.

A la par, organizaciones como Artículo 19, Ahora, Bicitekas, el Centro Pro de Derechos Humanos, Cencos, Horizontal y R3D formaron un equipo de verificadores de información. Ser «verificador» significó dos cosas: ser monitor en campo o ser un nodo que coordinaba tras una computadora.

Los monitores estuvieron entre los escombros, las autoridades y los familiares. Discernían la información falsa y la caótica paranoia para comunicar qué recursos eran necesarios para las labores de rescate. Por otro lado, los nodos monitoreaban información de redes sociales y de los grupos de Whats App vecinales que se crearon inmediatamente después del sismo para cotejarla con los monitores.

Una vez verificada, la información se ponía en una hoja de Excel. Los diseñadores del equipo creaban postales para compartir en Twitter: la única red social cuyos algoritmos permitían inmediatez y tiempo real. Con estas postales sabíamos minuto a minuto lo que se necesitaba y en dónde. Para grupos como Greenpeace y el Centro de Acopio del Parque México fueron una fuente esencial de información.

«Somos los laptopos» –decía Ricardo Lozano, el diseñador de nuestra página de internet. Y sí, el trabajo de este equipo de verificadores salvó vidas. Se encargaron de conseguirlo todo: agua, comida caliente, clavos, arneses, picos, palas, linternas, motosierras y cortadoras de seis pulgadas.

Nunca se me va a olvidar la madrugada del 23 de septiembre. Eran las cuatro de la mañana: el gobierno de la Ciudad de México dormía, a pesar de que las posibilidades de encontrar gente viva bajo los escombros en el Multifamiliar en Tlalpan eran altas. Mónica Meltis, Sandra Patargo y Sandra Barrón seguían despiertas coordinando labores de rescate.

Nuestro método –horizontal y orgánico– fue mucho más eficiente que el del gobierno. En la jerarquía y burocracia la información no fluye bien. En cambio, nosotros volábamos entre llamadas, redes sociales y hojas de Excel. Internet fue nuestra herramienta más poderosa, pero los datos no salvaron vidas: fueron las manos, la confianza y la gente que dejó el corazón y el alma en la línea. A la par, el equipo de programadores logró algo increíble: mudar a una plataforma de Google Crisis Map y hacer que la información se actualizara en tiempo real, con todas las «capas» de distintas bases de datos integradas.

Tuvimos muchos aciertos, pero también tuvimos errores. Cuatro días después del sismo, el equipo de voluntarios llegaba a poco más de cuatrocientos. Nunca discutimos cómo tomaríamos decisiones. No tuvimos tiempo. Jamás pactamos qué reglas íbamos a seguir, o cuáles serían nuestros métodos. Sin estas bases mínimas no pudimos continuar como colectivo en el corto plazo. Horizontalidad y falta de estructura no son lo mismo.

Sin embargo, hoy la visibilidad no representa el punto culminante de un movimiento. En otras etapas de la historia, las marchas y la gente en la plaza sí lo eran. Pero creo que nuestro caso podría ser el inicio de algo que crece fuera de ese ojo público, mientras los nodos se siguen reforzando.

Somos la generación de la información. Nos dicen los «millennials apáticos». Qué equivocados están. No nos interesan las instituciones oxidadas y los partidos políticos enmohecidos. No obstante, nuestras redes de solidaridad –físicas y virtuales– sí existen: y funcionan. El 19 de septiembre es también una metáfora: se movieron nuestras estructuras personales, políticas y sociales.

Hace un mes del sismo. Duele pasar por los sitios de derrumbe. Son las cicatrices aún frescas de la ciudad. Con Verificado19s aprendí que hay otra forma de organizarse. Aprendí que los liderazgos rotativos y no jerárquicos fluyen mejor que el autoritarismo acartonado. Que las redes y la tecnología son una herramienta, pero nunca la solución. Es un aprendizaje que será la base para cuestionar nuestra oxidada vida política, aunque ya no sea juntas como colectivo. Aún no sé qué papel jugaremos a futuro, pero ver al gobierno rebasado por la sociedad civil me dio esperanza. Ojalá trascienda.